sábado, 27 de septiembre de 2008

La persecución del intruso. El Comienzo de la iniciación. Capítulo 2

Es en el final de este capítulo, y después de haber asimilado y comprendido toda la profundidad de las enseñanzas que se contienen en él, cuando se adquiere una visión global del mensaje. En éste se describe una situación de violencia y opresión sobre una mujer que se ve envuelta sin darse cuenta en un mundo de secretos y muerte. Luego conseguimos darnos cuenta que estas situaciones de opresión, no necesariamente se encarnan en una persona concreta, si no que pueden ser también situaciones familiares, culturales, ambientales.

La autora nos advierte de lo fácil que es dejarse cautivar por estos “encantadores de serpientes” que engañan nuestra voluntad y anulan nuestro entendimiento, para que poco a poco vayamos adormeciendo a nuestra mujer salvaje, con sus instintos de supervivencia y astucia. Sirviéndonos de las propias palabras de la autora, “aísla a la mujer de su naturaleza instintiva, y …la deja insensibilizada y sin fuerzas para mejorar su vida”.

Por desgracia, esta visión de la mujer anulada por aquel que en su día le prometió amor eterno, me es demasiado familiar en mi trabajo diario en un centro de servicios sociales, y en contacto diario con mis compañeras que atienden a mujeres víctimas de violencia de género. Nos encontramos con más frecuencia de la deseada, con esas mujeres con miradas perdidas y apagadas, con ese miedo contenido que les impide pasear tranquila por las calles. Las mujeres no somos tontas. No nos dejamos “cortejar por caballos audiovisuales con cascabeles y cintas carmesí”. Incluso en nuestro corazón, aunque exista algún resquicio de duda, al igual que sucede en el cuento, ya Barba Azul, no nos parece tan malvado. Esa prudencia que a veces nos caracteriza en las primeras impresiones, se representan en el cuento, por las hermanas mayores. ¿Qué es lo que hace que la pequeña de las hermanas, la más inexperta de todas, olvide finalmente todos los consejos de prudencia de su conciencia, y decida arrojarse a ciegas, en brazos de su depredador?. Todo aquello que le chirría dentro de sí misma, trata de justificarlo desde la razón. En palabras del texto, “cree que podrá curar a aquella persona con su amor”.

Veo un paralelismo entre esta situación ficticia del cuento, y esas situaciones más cercanas a la mujer de hoy en la que continuamente justifica estereotipos, formas de pensamiento o estructuras socia-políticas-religiosas que la anquilosan, pero ella desea por todos los medios justificar y mantener. En el fondo de nuestro ser de mujeres, sucede algo parecido a la compasión. “aunque nos compadezcamos de ellos, lo primero que tenemos que hacer es reconocerla – a esa naturaleza depredadora- protegernos contra su devastadora actuación y finalmente arrebatarle su energía asesina.

Prosigue la autora diciendo “todas las criaturas tienen que aprender que existen depredadores. Sin este conocimiento, una mujer no podría atravesar su propio bosque (el propio conocimiento más profundo de sí misma) sin ser devorada. Comprender al depredador significa convertirse en un animal maduro que deja de ser vulnerable por su ingenuidad”.

Creemos en lo más profundo de nosotras mismas, que podemos cambiar a este tipo de hombres, a estas estructuras, a estos sistemas que de alguna forma nos oprimen, y nos entregamos a ellas, sin reservas y sin defensas. La mujer ingenua es la mejor presa del depredador.

La sociedad actual, nuestra cultura actual, posee ese doble juego en lo que se refiere a la educación de las mujeres. Por un lado, promulga la igualdad de las mujeres en derechos, y capacidades, y por otra parte, promueve (sobre todo en las nuevas generaciones, más jóvenes) actitudes de abandono de los estudios, sexualidad precoz e irresponsable, acomodación en el hogar durante décadas viviendo a costa de padres/madres trabajadores/as, la búsqueda permanente de diversión y la preocupación constante por la imagen y el culto al cuerpo. Todo aquello que se relaciona con estudios científicos, compromiso social, reivindicaciones, búsqueda y lucha de derechos “suena a nula feminidad”. La propia autora, añade “la curiosidad femenina posee connotaciones negativas, mientras que los hombres con afán de conocimiento son calificados como investigadores, mientras que a las mujeres se las califica como fisgonas”. Y más adelante, añade “Este proceso destructor de las mujeres se intensifica cuando la cultura que rodea a la mujer fomenta, alimenta y protege las actitudes destructivas contra la naturaleza instintiva y espiritual más profunda”. Ante todo esto, cabría que nos preguntáramos ¿Qué generaciones de mujeres estamos configurando?.

Comparto con la autora esta afirmación de que “la mujer tiene una necesidad de expresarse a su propia manera; las mujeres tienen que desarrollarse y florecer de una forma que a ellas les resulte sensata y sin molestas interferencias ajenas”. Todo esto lo conecto don mi método de trabajo con el teatro, en el que se mueven tantas emociones, miedos y fantasías de las mujeres en las que ellas mismas se hacen conscientes de sus propias capacidades y riqueza interior. “Sucede que la vida creativa – añade la autora- experimenta una reducción de su ritmo o se detiene porque hay algo en la psique que tiene una opinión muy negativa de nosotros/as y de nuestra propia vida creativa…se ha convertido en una cuestión perenne de las mujeres”- Recuerdo ahora esa tradición leída en la edad media, en la que la abadesa Hildegarda de Bingen, enseñaba música y canto a sus monjas y fomentaba entre ellas el canto y la fiesta, como medios de adoración y oración. Hemos oído todo tipo de excusas en las mujeres que evitan estos momentos para ellas mismas, en las que sea posible acceder a su mundo interior. La más cruel de las excusas es aquella que alude a “no tengo tiempo”, que tantas veces oímos y hasta decimos. Me reí cuando leí esta afirmación, porque forma parte de mi realidad cotidiana, contra la que lucho a duras penas. Porque me fatiga la realidad que no me deja expresarme como quisiera, ni tener, como reivindica Virginia Wolf en su libro “Un cuarto propio”. Y prosigue Pikola, diciendo que “si no prestas atención a los tesoros que posees, éstos te serán arrebatados”. Esta debería ser finalmente la lección magistral de todo proceso de iniciación de las mujeres.

En la parte final del cuento, la mujer joven, en peligro de perder su vida en manos del depredador, grita, conjura, convoca a sus “hermanos psíquicos”, los símbolos de la fortaleza interna de la mujer. Representa la fuerza física, la naturaleza agresiva psíquica que conseguía dar muerte a su amenaza. Esta defensa no siempre la tenemos a mano, y en primer lugar, el proceso de iniciación entre las mujeres, tiene que contemplar entre sus contenidos, el conocimiento de todos los elementos de nuestra familia psíquica. Debemos estar segura de que estos hermanos nuestros, existen, estar cerca de nosotras, y no dudarán en acudir en nuestra ayuda, ante nuestra llamada. Pero en ocasiones, el sistema, la religión, el esposo, la cultura, nos puede hacer creer que somos “hijas únicas” en este castillo del mundo; que nuestra única familia es nuestro esposo depredador, a quién encima debemos gratitud eterna.

El proceso de iniciación lo define la autora como “la creación de un arco que una mujer tiene que cruzar para pasar a una nueva modalidad de conocimientos y existencia”. Se nos dan pistas decisivas para poner en práctica este proceso de iniciación de las mujeres en su camino de autoconocimiento. Destaca unos pasos clave:

- Poseer una visión integral.

- Poseer una profunda perspicacia.

- Poseer una voz original.

- Emprender acciones decisivas

Estas fases de autoconocimiento, me recuerdan de alguna forma los argumentos defendidos por la recientemente elaborada de la propuesta educativa teresiana, en la que los procesos formativos y educativos, se centran en la persona individual, en su visión critica-reflexiva, en su modo de situarse ante la realidad que le rodea e implicarse. En unos artículos recientemente leídos sobre pastoral juvenil de Jesús Rojano (salesiano), Álvaro Chordi y otros extraídos de la Delegación Vasca, se opina en esta misma línea argumental, sobre la necesidad de buscar nuevos lenguajes que hagan vibrar a las personas, más que adiestrarlas o adoctrinarlas, sin experiencia de vida. Experimentar es aprender y madurar.

Y añade que “cuando la naturaleza instintiva de las mujeres es fuerte, ésta identifica intuitivamente al depredador innato a través del olfato, la vista y el oído, se anticipa a su presencia, lo oye acercarse y adopta medidas para rechazarlo”

Este denso capítulo abarca muchos más temas, que serían objeto de reflexión para más foros, pero podríamos convertir este capítulo en una tesina completa, así que podríamos finalizar aquí. Ha sido muy enriquecedor y me ha hecho reflexionar sobre todas aquellas situaciones de nuestra vida en que nos tropezamos con depredadores, y no reaccionamos ante ellos, por miedo, falta de recursos, por sentimientos de soledad o de indefensión. Cada periodo de nuestra vida, se convierte en una nueva fase de iniciación, a partir del cual es posible seguir fomentando la madurez de nuestra naturaleza salvaje de supervivencia.

María José Rosillo Torralba