miércoles, 25 de marzo de 2009

En Memoria de Ella

Al leer la tercera parte del libro de Schusler Fiorenza  en donde analiza cómo en las primeras comunidades tuvo que adaptarse la transmisión del mensaje evangélico a una cultura como la grecorromana, considero que se da un punto crucial en su exposición. Es innegable que hoy en día en cada cultura aparecen tensiones similares a las que se vivieron en ese entonces, es decir, cada vez que el mensaje evangélico es transmitido a una determinada cultura esta puede mediatizarlo en sus categorías, y no sólo esto sino que incluso pueden ser adoptadas estructuras y formas culturales contenidas en libro sagrado que no son necesariamente parte del mensaje evangélico como si fueran parte de éste.

Uno de los aspectos más interesantes es el del liderazgo y papel de la mujer en las primeras comunidades y la manera como fue invisibilizado y matizado en aras de la protección, establecimiento y conservación del sistema patriarcal. Por esta razón creo que este es un punto central, no sólo por el valor de la revisión histórica sino porque permite tomar conciencia y ver que hoy en día sigue dándose el mismo proceso con métodos similares de silenciamiento, y marginación intelectual, social.

En los textos que Schussler analiza es posible observar que en ese proceso de culturización se llegaron a concebir como legítimas  ideas y estructuras opresivas de las sociedades y las culturas. Por otra parte es verdad que el mensaje evangélico aún así ha logrado transmitir valores teológicos referentes a la dignidad humana, la comunidad, la solidaridad. Estos dos aspectos ambivalentes  son los que  considero que deberían motivarnos para construir maneras de interpretación crítica que nos ayuden a predicar la justicia de la hermandad y el liderazgo de las discípulas y no la injusticia de la opresión que se genera desde las relaciones basadas en dinámicas de tipo patriarcal entre otras razones por el protagonismo que se da al papel de los discípulos varones.

 En nuestras sociedades la sumisión, la dependencia económica, la abnegación y el servicio  son valores que se adjudican casi exclusivamente a las mujeres pero que son en realidad fuerzas de control y sustento del patriarcado social y eclesial. Cada vez que no reconocemos en  las primitivas comunidades a través de los textos bíblicos que leemos y predicamos el liderazgo de la mujer estamos apoyando el sistema patriarcal que las invisibilizó y que continúa haciéndolo hoy.  Hablar del servicio y ministerio de las mujeres en las primeras comunidades como parte de la Revelación es sinónimo de predicar la praxis de Jesús, o mejor las dos se conectan de una manera estrecha. La autora llega hablar que en nuestros imaginarios hay una verdadera “idolatría por lo masculino”, sería entonces una alternativa de partida construir nuevos relatos que impliquen la adopción de sistemas de lenguaje común que no favorezcan el que se coloque la opinión masculina como la que valida la verdad, lo ortodoxo, lo correcto.

 Otro aspecto podría darse al realizar una reflexión que nos permita dejar de concebir la Iglesia (ekklesia) como una institución (estática, monolítica, fija, etc.) sino una “comunidad que aprende” viva, dinámica, que decide, que reflexiona y que hace partícipes a sus miembros (ellas y ellos) de la capacidad de decidir lo que sería o no mejor para cada una y cada uno en comunión. Trabajar nuestra pastoral con las mujeres desde la construcción de un “Discipulado”, no sólo desde actitudes como “mujer que escucha callada” “la que está en silencio y contempla” “la que dice sí”, que si bien seguramente son rasgos del discípulo-discípula, también lo son la capacidad de asociarse, de vivir la hermandad de género, la sororidad con sus rasgos peculiares; en fin, un sistema de relaciones que es incluyente y que permite la participación y el ejercicio de todas, de todos.  

El paradigma está; hubo mujeres en las primitivas comunidades que vivieron este proceso, son nuestras antepasadas y en nuestras culturas también habitan. Sus maneras, sus dinámicas están aún por descubrirse y predicarse, pero eso sólo se puede hacer viviéndolo al mismo tiempo, en la experiencia personal y comunitaria de los grupos en los que desarrollamos nuestra vida y nuestra misión, cualquiera que sea.

 

 

1 comentario:

Nancy Olaya Monsalve dijo...

Claudi, me parece muy rico tu comentario. Me identifico con muchas de tus posturas. Por ejemplo estoy de acuerdo contigo cuando dices, que a las mujeres se nos ha etiquetado con exclusividad valores como la sumisión, dependencia, abnegación, servicio... añado: modestia, receptividad, pasividad, obediencia, silencio, sacrificio, abandono de si... etc, etc, etc. Y dentro de un sistema patriarcal este guión es el normalizado no sólo para las mujeres, sino para todos aquellos y aquellas que son considerados personas de segunda clase.

Por otro lado me impresionó tu sentencia: ¡Cada vez que leemos y anunciamos la Palabra sin visibilizar a las mujeres, estamos perpetuando el sistema patriarcal y androcéntrico!!!

Y finalmente, es acertado que relaciones una comunidad de discipulas/os con una comunidad que aprende... bien. Un abrazo.