domingo, 9 de noviembre de 2008

EN MEMORIA DE ELLA. LA HISTORIA DE LA MUJER COMO DISCIPULADO DE IGUALES.

Segunda Parte. En memoria de ella. La Historia de la Mujer como Discipulado de Iguales.

Teresa del Pilar

En mi caso, la dedicación que supone sumergirse en las páginas del texto no es sólo por la complejidad de su contenido, sino por el desgaste afectivo que implica. Es de esos libros antes los que, simultáneamente, una se rinde y se rebela. Pues están ahí ambos polos interactuando constantemente en la inteligencia afectiva, impeliendo a la voluntad a no dejarse vencer y a seguir adelante… Desde esta dinámica personal creo que se podría entender el comentario selectivo que he ido haciendo por capítulos. Espero disculpen la extensión, pero no podía menos.

Capítulo 4

El movimiento de Jesús como movimiento de renovación en el seno del Judaísmo

Para entender, de manera genuina, al movimiento de Jesús se trata, fundamentalmente, de recuperar los orígenes cristianos del “discipulado de iguales”, puesto que las raíces cristianas son judías. “Volver a las fuentes” significaría, por tanto, sumergirnos en dicha historia, de tal modo que podamos arrancarle algunas esquirlas de inteligibilidad a lo que ha sido nuestro origen. “Reconstruir el movimiento de Jesús, como movimiento judío, dentro de las estructuras religiosas y culturales patriarcales es analizar el impulso feminista dentro del judaísmo.” (Pág. 11)

Conviene tener en cuenta que la metodología para una hermenéutica feminista de la “sospecha” se aplica también a la interpretación de los textos del Judaísmo referentes a la mujer. Esto significa que han de leerse como androcéntricos, es decir, desde una perspectiva masculina, que no considera la experiencia ni la realidad histórica de la mujer. En esta misma línea, no se ha de perder se vista que los intelectuales, procedentes, con frecuencia de la clase media, son los responsables de la “interpretación” patriarcal que lleva a denigrar o marginar a la mujer de los textos mencionados. (Cf. Pág. 12).

A pesar de esa manipulación hermenéutica, es sabido que, “las mujeres bíblicas como Ruth, Esther, Ana, o la madre de los 7 hijos mencionada en 2 Macabeos son caracterizadas con papeles y conductas típicamente femeninas, pero no como niñas o imbéciles.” (Pág. 12).

Jesús y su movimiento compartieron el símbolo dinámico de la basileia (“reino”, “imperio”) de Dios. Dicha imagen suponía que la santidad del pueblo elegido de Dios no viene dada en términos cúlticos, sino como plenitud destinada a la creación. “La santidad humana debe expresar la plenitud humana, la práctica cúltica no debe ponerse por encima de la praxis humanizadora.” (Pág. 14). De ahí que el proyecto de Jesús apunta, fundamentalmente, a que el ser humano (varón y mujer) potencie al máximo su humanidad, que pueda asumir sin angustia su biología, sus luces, sus sombras, sus zonas obscuras…, antes que el afán desmedido de una práctica rutinaria de ritos y cultos estandarizados que, la mayoría de las veces, ya nada dicen a una experiencia de Dios para el “mundo de hoy”.

En el ministerio de Jesús, Dios se muestra como el amor que TODO LO INCLUYE, que hace brillar el sol y caer la lluvia tanto para justos como para pecadores (Mt 5,45). La liberación de las estructuras patriarcales no sólo fue explícitamente formulada por Jesús, sino que ocupa un lugar central en la proclamación de la basileia de Dios.

Los primeros recuerdos e interpretaciones teológicas palestinenses de la vida y la muerte de Jesús le presentan como mensajero de la Sofía y, más tarde, como la Sophia misma. La teología cristiana más antigua comprende el ministerio y la muerte de Jesús en términos de Dios-Sofía porque tal vez Jesús se veía como profeta e hijo de la Sofía. La Sofía, el Dios de Jesús, quiere la integridad y la humanidad de todos y hace posible que el movimiento de Jesús se convierta en un “discipulado de iguales”, en el que las mujeres, al igual que los varones, son llamadas a la misma praxis de exclusividad e igualdad vivida por Jesús-Sofía.

“El Dios-Sofía de Jesús considera a todos los israelitas como sus hijos y “ella” es reconocida como tal por todos ellos.” (Pág. 42). Pero curiosamente, la dirección de la teología, no sólo ha ido permitiendo, sino que ha instado a las mujeres a identificarse “con categorías y grupos masculinos generales, pero no les ha permitido identificarse a sí mismas como mujeres en solidaridad con otras mujeres. La alienación de la mujer promovida por el lenguaje genérico cristiano continúa una tradición exegética y teológica que hace a las mujeres pobres invisibles en tanto que mujeres.” (Pág. 53).

Sólo cuando situamos los relatos de Jesús, que hacen referencia a las mujeres, en la historia global de Jesús y de su movimiento en Palestina, podemos reconocer su carácter revolucionario. Y no sólo en relación al rol de las mujeres, sino en cuanto a la nueva concepción del matrimonio, de la familia, en frontal oposición a la perspectiva patriarcal. “Las nuevas relaciones de comunidad de discípulos iguales no admiten ‘padres’ rechazando así el poder patriarcal y la estima de que éste estaba investido”. (Pág. 62)

Ahora bien, lo grave de toda esta tergiversación histórica es la ideologización de que ha sido objeto la “palabra”. Al decir de Schussler, “la ‘palabra’ es una historia y la historia no puede reducirse a una declaración “ideológica”. (Pág. 64) Si como hemos visto, esta declaración excluye efectivamente a la mujer, a los pobres, del lugar que, en justicia, les corresponde en la basileia de Jesús, la justicia en el cristianismo se convierte en una simple parodia.

Dejemos que la misma autora nos formule otra explícita señal de ideologización de la palabra. “Aunque la fórmula eucarística ‘en recuerdo mío’ (1 Co. 11, 24-25) es verbalmente semejante a la afirmación evangélica ‘en memoria de ella’, la Iglesia posterior no ritualizó esta historia de la mujer profeta, sino que la presentó como voluntad de Dios el hecho de que la pobreza no puede ser eliminada. La ‘Iglesia de los pobres’ y la ‘Iglesia de las mujeres’ deben ser recuperadas simultáneamente si la ‘solidaridad desde abajo’ tiene que hacerse de nuevo realidad para toda la comunidad de Jesús. (…) Jesús suscitó un discipulado de iguales que todavía necesita ser descubierto y realizado por las mujeres y los hombres de nuestros días.” (Pág. 66)

Capítulo 5

El movimiento misionero del cristianismo primitivo.

La igualdad en el poder del Espíritu.

En este capítulo se menciona explícitamente que “Hechos” es tendencioso en su presentación del movimiento misionero cristiano y del papel que en él habían desempeñado las mujeres. En efecto, es difícil la investigación certera por la carencia de fuentes creíbles, pues las que hay son precisamente de interpretación androcéntricas. Confrontada dicha exégesis con la de la “sospecha”, es necesario señalar que las mujeres que aparecen en la biblia no son la excepción, son apenas la “punta del iceberg”. (Cf. Pág. 76) Es indudable, por los escasos, pero elocuentes datos, que entre los misioneros ambulantes y la iglesia doméstica las mujeres se distinguían. Pablo afirma que las mujeres trabajaban con él en pie de igualdad. Fil 4, 2-3

Sin embargo, algunas interpretaciones post-paulinas las “ven” ejerciendo un mero y romántico disfraz. De este modo, intentan descalificarlas aplicándolas los habituales estereotipos femeninos. Como quiera que sea, a pesar de los reduccionismos “la literatura paulina y el libro de los Hechos nos revelan que numerosas mujeres se contaban entre los misioneros y líderes más destacados del movimiento cristiano primitivo. Eran apóstoles y ministros al igual que Pablo, y algunas fueron sus colaboradoras.” (Pág. 96).

Más allá de toda hermenéutica patriarcal, lo cierto es que, al decir de Pinkola, hemos de buscar, luchar, llorar… sobre “nuestros huesos secos”, ellos “están ahí” esperando ser reivindicados, esperando ser insuflados con el aliento del Espíritu del Dios-Sofía. Se trata, nada menos que, de una batalla cuyo objetivo es “volver a las fuentes” de nuestra identidad más profunda, de reconciliarnos, como Iglesia institucional, con nuestras sombras. Pues en esta reconciliación está nuestra glorificación. ¿La queremos verdaderamente?

Capítulo 6

Ni macho no hembra.

Gálatas 3, 28 Visión alternativa y modificación paulina.

“En lo que concierne a la redención y a los dones del Espíritu, todos estamos en igual situación ante Dios. Las implicaciones sociológicas de esta situación de igualdad no pueden, sin embargo, ser realizadas ni en la sociedad ni en el ministerio eclesial y son pospuestas hasta que llegue el momento oportuno.” (Pág. 116). “En este momento, sin embargo, el Magisterio se ha pronunciado con claridad sobre el tema y no creo que haya espacio para conseguir más.” (Entrevista a la teóloga brasileña María Clara Lucchetti Bingemer en www.miradaglobal.com)

“Sería bueno preguntarse por qué la mujer sólo es sujeto de seis y no de siete sacramentos. Me dirán que la tradición de la Iglesia católica y de la ortodoxa no tiene mujeres ordenadas. La Iglesia ortodoxa tiene sacerdotes casados, no así la católica. El diaconado permanente está creciendo pero es sólo para hombres. El rabinato de Jesús, en cambio, admitió discípulas mujeres y es imposible ignorarlo. Hay un liderazgo reconocido de san Pedro, pero no hay duda de que las mujeres eran parte del grupo inicial de cristianos.” (Entrevista a la teóloga brasileña María Clara Lucchetti Bingemer en www.miradaglobal.com) Pero si en nuestra querida Iglesia de hoy (sobre todo, la institucional) no cabe lugar para la pregunta…

En cambio, en la Iglesia primitiva, la lucha de Pablo por la igualdad (Gálatas 2, 14) entre los cristianos de origen judío y los procedentes de la gentilidad tiene importantes repercusiones para las mujeres de ambos colectivos. “En la medida en que esta concepción cristiana igualitaria suprimía todos los privilegios masculinos de religión, clase y casta, permitía no sólo a los gentiles y a los esclavos, sino también a las mujeres, el ejercicio de funciones de autoridad en el movimiento misionero.” (130).

Pablo, en “Gál. 3, 28 no ensalza la masculinidad, sino la unicidad del cuerpo de Cristo, la Iglesia, donde son superadas todas las divisiones y diferencias sociales, culturales, religiosas, nacionales y sexuales y donde todas las estructuras de dominación son rechazadas.” (Pág. 131). Pablo expresa su respeto y admiración por las mujeres en tanto que participantes activas en su trabajo misionero. “El interés manifestado por las relaciones ente hombres y mujeres en general y por las relaciones sexuales en particular, así como por el papel de las mujeres en el culto de la asamblea, indica que las mujeres eran muy activas en la comunidad.” (Pág. 132)

Como se ve, las mujeres tenían un reconocimiento explícito por parte del apóstol. Y no sólo esto, sino que en el movimiento misionero se respiraba un clima de libertad donde ellas podían dirigirse al Dios-Sofía, concebida como figura femenina. Tenían la efectiva posibilidad de expresar su amor a Dios desde su identidad femenina, respetando su cultura, su ser más profundo como una manera auténtica manera de dirigirse al Dios-Sofía, sin tener que anular necesariamente su “ser de mujer”. Era permitido alabar al Dios-Sofía sin verse mutilada ni intimidada a rendir culto a un Dios necesariamente masculino, de tal modo que los arquetipos femeninos tenían la suerte de hallar sentido en los símbolos religiosos de entonces. Suerte la de ellas!

A pesar de esta realidad, en las cartas paulinas hay pasajes que son utilizados para reforzar la perspectiva androcéntrico-patriarcal, sin embargo, “la principal preocupación de Pablo no es la conducta de las mujeres, sino la protección de la comunidad cristiana. Quería evitar que fuera confundida con los cultos orientales, orgiásticos y secretos, que socavaban el orden público y contravenían la decencia. (…) En 1Cor 11, 2-6 no niega a las mujeres el derecho a profetizar y orar en la asamblea, sino que insiste en que mujeres y hombres son iguales en la comunidad cristiana y en que no deben conducirse con actitudes características de los cultos orgiásticos.” (Pág. 149). “No obstante, el interés de Pablo al actuar así es un interés misionero y no va dirigido contra la libertad espiritual ni contra la implicación carismática de las mujeres en la comunidad.” (Pág. 153)

“El amor patriarcalizante de los códigos domésticos deutero-paulinos y las instrucciones de las pastorales son otros desarrollos de la argumentación paulina que llevarán en el futuro a una gradual exclusión de las mujeres de las funciones eclesiales y a la progresiva patriarcalización de toda la iglesia.” (Pág. 150) Y esto, concretamente, en relación al ministerio de las diaconisas, que entonces era ya efectivo. Ministerio que ni tan siquiera se menciona en la teología “oficial”. A este propósito, recuerdo que cuando una hermana le preguntó sobre dicho tema a un Obispo, éste automáticamente montó en cólera. Sin duda alguna, es de los que no dejan, ni permite a otro/a, que emerja la pregunta, que aflore la verdad…

Una prueba más de que la “palabra”, a través de “su” hermenéutica, es ideologizada. Cuando las cosas, los problemas, no se plantean desde la verdad difícilmente se podría llegar a soluciones verdaderas. Y de este modo, la verdad, la justicia… seguirán siendo desafíos pendientes dentro de nuestra Iglesia institucional. Me pregunto, ¿por qué y de dónde ese miedo recurrente a enfrentarnos con la “realidad” de las cosas? Nos ingeniamos con novedosas máscaras para evitar encontrarnos con ella, insisto: ¿por qué? Como se darán cuenta, no puedo resignarme a dejar que emerjan las preguntas… ¿Será tal vez un recurso para la resistencia…?

Como quiera que sea, “las tradiciones post-paulina y pseudo-paulina prolongarán estas restricciones para transformar la igualdad en Cristo entre mujeres y hombres, esclavos y libres, en una relación de subordinación en la casa que, por una parte, elimina a las mujeres de las responsabilidades del culto y de la comunidad y, por otra, restringe el ministerio acordado a las mujeres.” (Pág. 154).

Ahora bien, todos estos hechos de silenciamiento, violencia, postergación… de la mujer en el ámbito de la Iglesia institucional, avalada por un discurso teológico oficial masculinizado y masculinizante, creo que son apenas la “punta del iceberg” de una grave problemática que nos aqueja. Esto significa que hay algunas causas más profundas que están gatillando semejantes situaciones. Solamente un fuerte sacudón del Espíritu, de ese (a) Dios-Sofía, junto a una voluntad explícita y sostenida de conversión individual y estructural, podrá liberarnos de nuestro enajenamiento hacia una mayor autenticidad y humildad. Pues, como dice Santa Teresa: “La humildad es la verdad”.


2 comentarios:

Nancy Olaya Monsalve dijo...

Teresa del Pilar, que buen artículo. Nos has regalado un buen panorama de esta parte del libro de Schüssler Fiorenza, pero además tu lectura es situada desde nuestro contexto eclesial.

Me identifico plenamente contigo en ese sentimiento de indignación y dolor. Los principios y creencias del Patriarcado están lejos de ser desterrados de un sector significativo de la Jerarquía eclesial. Por eso esta reflexión es tan pertinente.

Panambi dijo...

Hola Nancy:

Gracias por la resonancia.

Ciertamente, mi escrito es bastante contestario, soy plenamente consciente de ello, pero no podía evitarlo. Mi experiencia personal, no sólo en el ámbito de la Jerarquía eclesial, sino en muchos otros, como por ejemplo: la Iglesia local, el mundo académico... vienen marcados por acentuados principios patriarcales.

Hacer consciencia en todos los ámbitos posibles es el gran desafío y la gran tarea pendiente que tenemos por delante.